HISTORIA DE VIDA CON QUERATOCONO…



Andrés Rosales cuenta cómo esta enfermedad marcó su vida despúes de una cita con el optómetra.

Era lunes y empezaban mis vacaciones. Recuerdo mi firme intención de aprovecharlas para enfrentar un viejo mal de salud que nunca significó un problema.
O por lo menos no hasta ese día frente a un optómetra que hablaba con frialdad.

“Su problema de queratocono ha avanzado mucho y es realmente grave. No le garantizo que pueda salvarle la visión, pero vamos a ver qué hacemos”, dijo.

Esas palabras fueron la puerta de entrada a una depresión espantosa. Aunque durante la consulta busqué que me dijera que todo iba a estar bien, eso no pasó y la idea de que estaba empezando a quedarme ciego se volvió una obsesión. Veía invidentes en la calle por todas partes. Cerraba mis ojos durante algunos segundos para experimentar lo que significaba. La angustia, quizá, había hecho que mi visión con las gafas, que había usado durante 13 años, disminuyera vertiginosamente. Cada vez había menos definición y más ‘bultos’.

Un día, en una estación de Transmilenio, tuve que pedir ayuda para regresar a casa. Y solo habían pasado días desde el diagnóstico.

“Tenemos que operar lo más pronto posible. Esa es decisión suya”, me había dicho el médico en el consultorio. El punto era que se trataba de una intervención muy riesgosa, de solo un 50 por ciento de éxito.

El queratocono es, básicamente, una deformación de las córneas que yo mismo me causé por frotarme los ojos durante años. Mis córneas dejaron de ser redondas y se volvieron puntudas, como un cono.

Un periplo de esperanza Al médico, y a su consultorio, había llegado accidentalmente. Una amiga me había pedido que me sometiera a unos exámenes en ese lugar -famoso por fabricar gafas, no por hacer operaciones- para aprovechar una promoción en la que operaban a tres por el precio de dos.

Pero la verdad es que el lugar me generaba una desconfianza muy insistente. Así que decidí empezar un periplo por varios especialistas.

El panorama sí era grave. No había duda. Pero todos los médicos que vi coincidían en una cosa: el trasplante de córnea debía ser el último recurso. Después de ‘meterle cuchillo’ al ojo no habría nada que hacer.

Antes había que agotar todas las posibilidades, y una de ellas vino, luego de días enteros de desierto y de oración, de la mano de la doctora Lucrecia Polanco y su investigación Perfil Vs Perfil .

Han pasado cinco meses y, escribiendo estas líneas, la definición y los colores en pantalla son de ensueño, sin exagerar. Durante años estuve viendo la vida sin texturas. Con los colores un poco más opacos de lo que son.

No sé si un día vuelva a tener una crisis de visión. Quizá si y quizá, entonces, el trasplante sea el camino. Pero hoy no lo es. He tenido que cambiar ciertos hábitos, pues no puedo usar los lentes por más de ocho horas.

Por eso trato de optimizar mis jornadas de visión y solo veo cosas buenas, que alegren el alma. Como me alegre yo cuando supe que no me iba a quedar ciego.

Cuatro lentes

Perfil Vs Perfil es, básicamente, un método de adaptación de lentes de contacto en casos de altas irregularidades de la córnea. Se trata de una investigación avalada por Colciencias que incluye poner cuatro lentes de contacto al mismo tiempo, dos en cada ojo: uno que da forma y otro que hace ver. Y aunque el método ha resultado muy exitoso para evitar el trasplante, tiene limitaciones.

“No los puedo usar más de 8 horas, pues corro el riesgo de hacer un sobreuso”, dice Rosales, refiriéndose a una herida que los mismos lentes le produjeron en la córnea. Andrés espera, por ahora, que los lentes, además, le ayuden frenar el avance de este mal.

Andrés Rosales Redactor de EL TIEMPO @SaludET

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